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Parentescos sorprendentes

grúa y grulla

Cuando los dibujantes de tebeos quieren representar el sonido de un perro que gruñe, suelen escribir algo así como «¡grrr!». Este mismo sonido onomatopéyico, escrito gr o cr, se conserva en muchos idiomas europeos para transmitir la idea del ruido grrrrr que emiten algunos animales: tal es el origen de nuestro verbo gruñir y de los gruñidos característicos de perros, lobos y cerdos, así como de ciertas personas siempre malhumoradas, con toda justeza llamadas gruñonas. Y observamos también la misma onomatopeya en el nombre de muchas aves que dan graznidos (en inglés, to croak), como el arrendajo (que en francés llaman graille), el cuervo (que en inglés llaman crow), la corneja (que en alemán llaman Krähe) o, en nuestro propio idioma, el grajo, la garza, la garceta y la grulla. Ahora me interesa especialmente esta última.

En el nombre griego de la grulla, géranos, se inspiraron los antiguos griegos para dar nombre a una hermosa planta cuyo fruto, terminado en un prolongado pico, recuerda a la cabeza de una grulla, que llamaron geránion (geranio, literalmente "pico de grulla"). En 1789, el género Geranium contenía demasiadas especies y era en opinión de los expertos demasiado amplio, por lo que el botánico francés L'Héritier de Brunetelle decidió dividirlo en tres. Como sólo uno de ellos podía seguir llamándose Geranium, a la hora de bautizar los dos nuevos géneros botánicos recién creados decidió seguir el ejemplo clásico del geranio y recurrió a otras dos aves de largo cuello y largo pico: nacieron así los actuales géneros Erodium (del nombre griego de la garza: erodíos) y Pelargonium (del nombre griego de la cigüeña: pelargós1).

El ave zancuda que en España llamamos grulla (del latín grus) recibe allende los Pirineos el nombre de grue, que, aunque muchos lo ignoran, está íntimamente emparentado con otras tres palabras españolas. La primera de ellas es grúa, utilizada en castellano desde el siglo XV para designar una máquina destinada a levantar pesos, por su semejanza con la figura de una grulla, de largo pescuezo y prolongado pico. Mucho más clara que en español resalta esta semejanza entre la grulla y las grúas para nuestros vecinos europeos, que en sus idiomas disponen de una única palabra para designar ambos conceptos: Kran en alemán, crane en inglés, grua en catalán, grue en francés, gru en italiano; todos ellos, por cierto, de origen tan netamente onomatopéyico como nuestra grulla.

La segunda corresponde a uno de los quesos más famosos del mundo, el gruyère o gruyer, que toma nombre de la localidad suiza de Gruyères, en el cantón de Friburgo. No está claro el origen del nombre Gruyères, pero la mayoría de los expertos en genealogía y heráldica apuntan una relación con las grullas.

De hecho, la grulla, presente ya en el escudo de armas de los condes de Gruyères desde el siglo XIII, sigue siendo hoy el emblema de este pintoresco pueblo friburgués del famoso queso. Es curioso destacar, por cierto, que el típico queso suizo de grandes agujeros que nosotros llamamos gruyère o gruyer no tiene nada que ver con el auténtico gruyère suizo -carece de agujeros o los tiene diminutos-, y corresponde en realidad a la variedad de queso que en Suiza llaman Emmentaler, por ser originario del valle del río Emme.

La tercera de estas palabras ha recorrido un periplo etimológico aún más enrevesado. En los acaballaderos y remontas ingleses era costumbre colocar en los registros genealógicos de la cría de caballos una marca formada por tres pequeños trazos rectilíneos, muy similar a la huella de la grulla. Con el tiempo, el nombre de esta marca, del francés pied de grue (pie de grulla), deformado por la pronunciación patatera de los ingleses a pedigree, se utilizó para designar el árbol genealógico de un animal de pura sangre; es decir, lo que ahora en castellano llamamos pedigrí. Y es que, desde luego, parece mentira lo que puede llegar a degenerar la pronunciación de una palabra en labios extranjeros. ¡Ay, si Rabelais y Molière levantaran la cabeza!

Fernando Navarro es médico especialista y traductor médico en los Laboratorios Roche, en Basilea, Suiza, y es miembro de la Comisión de Traducciones de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Asimismo, es autor del inestimable Diccionario crítico de dudas inglés-español de Medicina, editado por McGraw-Hill Interamericana. Colaborador de esta página, nos brinda mensualmente sus sabrosos artículos sobre "Parentescos sorprendentes", travesías por la historia de nuestro idioma.